EL TRAGICO DERRUMBE DEL EDIFICIO "CASA PRA", SANTIAGO, 10 DE OCTUBRE DE 1904
EL TRÁGICO DERRUMBE DEL
EDIFICIO "CASA PRÁ" EN 1904
Vista del lugar del desastre. El muro que se ve atrás en pie es el divisor del Banco Matte. A la izquierda, parte del armazón de andamios y estructuras de vigas que quedaron en pie.
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EL DESASTRE
El lunes 10 de octubre de 1904, pasadas las 15 horas, tuvo lugar una
de las peores catástrofes chilenas del rubro de la construcción, prácticamente
olvidada en nuestros días a pesar de la consternación general que provocó en su
época y de los efectos que tuvo sobre la valoración de la seguridad de los
trabajadores de esta clase de obras, desde allí en adelante.
Ese año, la célebre y desaparecida Casa Prá, una de las primeras en
modernizar el comercio chileno con fuerte influencia europea en sus productos y
particularmente la de origen francés, se encontraba levantando sus segundos y
más espaciosos cuarteles en un edificio de calle Huérfanos 1033-1071, entre
Ahumada y Bandera, justo en un terreno al lado del entonces Banco Matte. Según
Alfonso Calderón en su "Memorial del viejo Santiago", éste edificio y
el anterior de 1898 de la casa comercial, habían sido obras del gran arquitecto
Eugène Joannon Crozier, el mismo autor de otros proyectos como el Edificio Comercial Edwards, la
Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria en calle Bellavista y el Santuario de
la Inmaculada Concepción de la Virgen del Cerro San Cristóbal, entre muchas
otras conocidas obras.
La nueva construcción de tres niveles más un subterráneo, iba a
aplicar en forma un tanto novedosa el hormigón y el concreto armado, tecnología
que, en cierta forma, se hallaba aún a prueba en esos años para esta clase de
edificaciones. Para ello, se construyeron primero las grandes columnas-soportes
de ladrillo del edificio proyectado, entre las cuales se tejió una red de
andamios con vigas de madera y metal, que servirían para el trabajo y la
circulación o funcionalidad de los muchos trabajadores de la obra.
Lamentablemente, parece ser que la resistencia de las columnas y vigas
no estaba completada y no era la suficiente, error que sería el detonante de la
gravísima tragedia, aquella fatídica jornada al inicio de una nueva semana.
Eran las 12:30 horas de la recién comenzada tarde, y cerca de 80
trabajadores, quizás la mayoría de ellos esforzados rotos residentes de
los barrios del alrededor, se encontraban rondando las faenas de construcción.
Por entonces, era costumbre que estas labores comenzaran a esa hora, para
garantizarse la asistencia y la fuerza de mano de obra correspondiente allí
presente. Estos obreros, además, tenían la suerte de trabajar en una gran obra
en aquellos días de crisis financiera y de grandes problemas en la economía
chilena. A la hora señalada sonó la campanilla de una alarma en las obras,
avisando que debían retornar al trabajo y así lo hicieron, reportándose ante el
mayordomo que anotaba sus nombres en el acceso y luego procediendo a cambiar
sus ropas de calle por las de trabajo. A continuación, escalaron por niveles y
andamios a seguir con la tarea que ya iba por el basamento y la terminación de
las vigas verticales.
Hacia las 15:20 horas todo parecía aún como cualquier jornada de
lunes, cuando el estruendo del derrumbe sonó de súbito por todo el Centro de
Santiago, como lo haría la explosión de un polvorín. Los testigos recordaban el
ruido más específicamente como un trueno, seguido de dos explosiones, por lo
que muchos creyeron que se había tratado de algún estallido.
Los curiosos se agolparon casi de inmediato frente a la polvadera
junto al Banco Matte: toda la estructura de columnas y andamios, tres o cuatro
niveles colmados de hombres, se habían venido abajo. El cuadro semejaba una
catarata de ladrillos, trozos de muros y de maderos revueltos, desparramados en
puñados sobre el suelo como mondadientes gigantes apuntando en todas
direcciones. Se confundían en la dantesca escena los escombros con los cuerpos
de los trabajadores; gritos, gemidos y una nube gris espesaban el ambiente.
Mientras tanto, los heridos y los sobrevivientes, aún sangrantes, aturdidos y
con la cara sucia, intentaban inútilmente rescatar a sus compañeros sepultados
y desaparecidos bajo las ruinas. La masa de curiosos fue tal que los guardias
debieron abrirle paso dificultosamente a los rescatistas. En menos de dos
horas, toda la ciudad completa ya estaba enterada de la trágica noticia y no se
hablaba de otra cosa.
Representación de la tragedia en "La Lira Popular" de
octubre 1904.
Brillante y heroica labor correspondió, de inmediato, al personal de
la Guardia y al del Cuerpo de Bomberos de Santiago, cuyos voluntarios llegaron
raudamente a tratar de rescatar por turnos a los infortunados, ayudados de
otros valientes civiles que arriesgaron sus vidas en el lugar. En el
"Diario bomberil del voluntario de la 5ª Compañía don Gaspar Toro Barros,
1904-1907", anotó allí el aludido:
"Octubre 10: A las 3:25 gran hecatombe! estaba tomando once en el
estudio cuando el Sr. Meneses nos avisa que se acababa de venir abajo la casa
Pra en construcción. Corro al escritorio y saco el sombrero y al panizo. Apenas
había llegado a la pecha cuando oigo pan! pan! la campana de incendio! tomé un
coche y fui a casa a mudarme, me mudé y en el mismo coche al boche. Ya había
varios bomberos y nos pusieron a sacar escombros, cosa casi imposible pues la
casa era de tres pisos y con subterráneo y de una construcción muy rara: sin
murallas, pero cimiento romano y alambres. Estuvimos hasta las 5 hora en que
nos dieron orden de retirarse! se pasó lista, volví a casa a las 5:00".
Al correr la noticia, los familiares y amigos de los trabajadores llegaron
hasta el lugar, tratando de confirmar el destino de sus seres queridos. En la
confusión y la incertidumbre, sin embargo, la mayoría sólo consiguió más que
sumarle angustias a su ya lastimera y afligida situación. Pero, dada la
magnitud del desastre, pocas vidas ya podían ser salvadas en esas penosas
tareas que quedaban... O mejor dicho, pocas vidas quedaban para ser salvadas.
Pese a todo, de los cerca de ochenta trabajadores, la muerte logró
alcanzar a unos 15 ó 20 de ellos. La cifra puede ser mayor, no obstante, porque
muchos de ellos permanecían graves todavía unas semanas después del accidente,
y la prensa no siguió la evolución de la convalecencia de todos ellos hasta el
final, como para saber en qué terminaron sus casos.
Samuel Fernández Montalva, en una crónica que escribió como testigo de
estos sucesos, confiesa el shock en que quedó tras haber visto la
terrible escena de la tragedia. Cuenta también cómo encontró allí, entre las
ruinas, a un señor italiano de apellido Escolari que se hallaba junto al cuerpo
agónico y boca abajo de un amigo, intentando sacarlo de entre los escombros con
ayuda de otros de los hombres, hablándole enternecedoramente mientras
desenredaba alambres y retiraba restos de andamios o ladrillos que aplastaban
al mismo. La víctima era de apellido Signére, trabajador de origen francés que,
a pesar de su rescate a las 23:15 horas y tras ocho horas de fatigosas labores,
de todos modos falleció después en el hospital tras una horrible agonía.
"Todos diéronse cita en el lugar del suceso -comentaba
en la "La Lira Chilena"-. Las quejas, lamentaciones, críticas,
amenazas, etc., etc., dejábanse oír en esa oleada de cabezas humanas. No faltó
quien asegurase que el derrumbe era inevitable y que los obreros lo preveían,
pero trabajaban siempre empujados por las necesidades y la falta de recursos.
Una señora, demasiado religiosa por cierto, aseguraba que el sitio aquel estaba
maldito por haber sido el lugar donde La Ley (nota: se refiere al
diario "La Lei") nació y fue excomulgada; que en ese mismo punto
cayó -pocos años há- un tremendo rayo como castigo del cielo, y que como triste
final de todo lo que ella aseguraba, hoy veíase ese pedazo de tierra sirviendo
de tumba a un grupo de hombres, sanos y robustos, casi como los mismos momentos
en que el nuevo director del diario antedicho caía, también, segado por la guadaña
de la muerte. ¡Tristes coincidencias sacó a la luz esa señora!".
El mismo Fernández Montalva da una nómina de fallecidos que había
hasta ese minuto, nueve días después de la tragedia, o por lo menos los nombres
de los que él se enteró:
Víctor Escobar, casado sin hijos, residente en avenida Cumming 1112.
Narciso Morgado, casado y con un hijo. Residía en en calle Camilo Enríquez 344.
Bernardo Ramírez, casado, con un hijo. Vivía en Ibáñez 215.
Juan Derat, soletero y residente en 21 de Mayo 795.
Juan de Dios Donoso, soltero y con residencia en Bellavista (número no
precisado).
Pedro Signére, casado y con cuatro hijos. Vivía en calle Camilo Enríquez 694.
Emilio Ojeda, casado con dos hijos. Vivía en calle Brasil (número no
precisado).
Evaristo Pérez, casado con un hijo, residente de Maipú 74.
Eugenio Chanolet, soltero, residente en 21 de Mayo 795.
Sabino Soto, casado con dos hijos. Vivía en Tocornal 134.
José Villamón Gómez, soltero y residente en 21 de Mayo 795.
José Acuña, soltero, residente en calle Esperanza (número no
precisado).
Alejandro Zúñiga Díaz, cuatro hijos. Residía en pasaje Blanco 6.
José M. Fernández, casado, cuatro hijos, que vivía en Benavente 716.
Faenas de rescate en el lugar.
La conmoción fue total en la ciudad, desde ese momento. Los
voluntarios del Cuerpo de Bomberos prácticamente vaciaron las medicinas y
útiles de ambulancia usándolos con los innumerables heridos del lugar, como
consta en las Actas de Directorio de las siguientes reuniones, donde se debió
reunir recursos para reponer el material utilizado. También recibieron ayuda de
los locatarios de boticas y droguerías cercanas, que corrieron a poner
medicamentos y productos de primeros auxilios para los rescatadores en el lugar
donde ocurría el drama. Muchos heridos permanecieron atrapados hasta alta horas
de la madrugada, en el sector del subterráneo que iba a tener el edificio y que
quedó totalmente cubierto por los restos de la estructura desmoronada.
Desde el día siguiente, la multitud atestaba ya el acceso del edificio
de La Morgue de Santiago, con familiares que aún no sabían el destino de sus parientes
y otros que iban directamente a recoger sus cuerpos, sabiendo que los suyos
estaban en la nómina de víctimas. La prensa constató la profunda y dolorosa
emoción de las escenas terribles allí vividas, desde temprano.
Comenzaron a organizarse, espontáneamente, campañas solidarias para
asistir a las familias de las víctimas y de los heridos que repletaban las
salas hospitalarias. La colonia de franceses residentes en Chile fue una de las
primeras en reaccionar, asistiendo económicamente a los infortunados y dando
grandes muestras de solidaridad, pues recuérdese que, además de los
trabajadores franceses que aparecen fallecidos en la nómina, la casa comercial
a la que debía pertenecer el edificio era del señor Prá, un reputado
comerciante francés residente en Chile. Otra importante campaña de asistencia
la organizó la Dirección del Diario "El Mercurio", con una
recolección de fondos que fueron directamente a la caridad de las víctimas y
sus deudos. Hubo conmovedores gestos de filantropía y desprendimiento en esos
duros momentos.
La prensa publicó sentidos reportajes sobre la tragedia en los días
que siguieron. La revista "Sucesos", por ejemplo, se hizo cargo de un
largo artículo titulado "La catástrofe de la Casa Prá", en su edición
del 14 de octubre, donde detalla los pormenores de lo ocurrido. Lo propio hizo
el mencionado Fernández Montalva en "La Lira Popular", el día 23 del
mismo mes. Irónicamente, sin embargo, el autor sugiere allí que la vieja
costumbre criolla de faltar al trabajo el primer día de la semana luego de
festivos y jaraneados días domingos, conocida como el clásico "San
Lunes", habría salvado varias vidas ausentes en el momento del
accidente.
La muerte de los hombres no fue en vano, sin embargo: desde ese
momento cundió el clamor popular por contar con prontitud con una Ley de
Accidentes Laborales, que diera cobertura y seguridad a los trabajadores,
despertando un interés acogido por el Partido Democrático y otras
organizaciones populares y sindicales, que se refirieron a los fallecidos como
auténticos mártires de esta necesidad. Desde ese momento, la exigencia se
convirtió en parte integral de las demandas de los trabajadores durante toda la
lucha de los movimientos alrededor de los días del Primer Centenario Nacional,
ya que el Código Civil había demostrado no ser suficiente para garantizar la
asistencia en los accidentes de trabajo. Otro efecto colateral de la tragedia
parece haber sido el abandono general en la ciudad del sistema Cottancin para
la construcción del concreto con refuerzos de varillas metálicas y relleno de
cemento, precisamente el que se estaba usando en el edificio derrumbado.
Lo que quedó de los antiguos trabajos se terminó de destruir por
completo y la construcción del nuevo edificio de la Casa Prá se consumó unos
meses más tarde. Desconocemos si alguna vez hubo alguna placa conmemorando a
los trabajadores fallecidos en aquella catástrofe del 10 de octubre de 1904
pues aquel edificio, al igual que el recuerdo de obreros caídos, acabó demolido
y reemplazado entre las páginas de la historia de la ciudad de Santiago.