TRAGEDIA FERROVIARIA, ALPATACAL, (Mendoza) ARGENTINA, 7 DE JULIO DE 1927





El gobierno chileno había recibido en esa época una invitación del gobierno argentino, para que una delegación de la Escuela Militar desfilara el 9 de julio en las celebraciones de la independencia nacional y del centenario del nacimiento de Bartolomé Mitre.

Aceptando la invitación, el Presidente Emiliano Figueroa le hizo ver al Ministro del Interior, Carlos Ibáñez del Campo, su preocupación por el viaje de los militares y los riesgos de la nieve de la cordillera sobre la línea férrea del Transandino.

El convoy llegó sin problemas a Mendoza, donde se hio una parada, y de ahí continuar viaje a Buenos Aires.
Fue en la pequeña Estación de Alpatacal, en la madrugada del 7 de julio, en que el convoy chileno chocó de frente con otro que estaba detenido.

El saldo fue terrible: 12 cadetes muertos y 31 heridos, varios de ellos graves.

Al intentar rescatar al coronel José María Barceló entre los fierros retorcidos, este gritó: "Salven primero a mis cadetes".

En homenaje a los caídos, la Estación Alpatacal cambió su nombre por el de "Cadetes de Chile".


FALLECIDOS

Militares chilenos:
Brigadier Osvaldo Medina Moena, cadetes Guillermo Perry Fonseca y Oscar Martini Pérez; sargentos primeros Eudoro Garín Pino, Luis Navarrete Larenas, Cipriano Collao Collao y Nicolás Montes; cabo primero Manuel Zamora Riveros, dragoneante José Quintana Novoa, y soldados Juan González González, Juan Pérez Seguel y Luis Gajardo Rosas.

Ferroviarios argentinos:
Inspector Domingo Doda, maquinista Jose Guzzo, inspector de maquinas Tomás Bunting, foguonero Luis Bordin, camarero Manuel Estévez, Pió Ferrari, Sabino Ferro, Miguel Ferra, Manuel Reyes, Camilo Bondin, Arturo Levet, Avelino Bavio, Victor Lorocotondo, Saturnino Velasco, Damián Alustizo, José Alvarez.








El recuerdo de los mártires en la Escuela Militar



Bandera del funeral del Brigadier Osvaldo Medina Moena
y foto de su edad de cadete





LA TRAGEDIA DE ALPATACAL

(Academia de Historia Militar, Raúl Hermosilla Hanne)

Este mes se cumple un nuevo aniversario de la tragedia de Alpatacal, ocasión sin duda propicia para rendir un patriótico homenaje a los 12 chilenos que allí perecieron y que fueron el Brigadier Osvaldo Medina Moena, los cadetes Guillermo Perry Fonseca y Oscar Martini Pérez, sargentos primeros Eudoro Garín Pino, Luis Navarrete Larenas, Cipriano Collao Collao y Nicolás Montes, el cabo primero Manuel Zamora Riveros, el dragoneante José Quintana Novoa, y los soldados Juan González González, Juan Pérez Seguel y Luis Gajardo Rosas.

El gobierno chileno había recibido la invitación de su par argentino para que el instituto formador de la oficialidad de nuestro Ejército concurriera al vecino país y desfilara el 9 de julio junto a sus correspondientes de Uruguay, Paraguay y Brasil, que también habían sido invitadas, con ocasión de las solemnes celebraciones de la independencia nacional y del centenario de Bartolomé Mitre..

Cuando el Presidente de la República, don Emiliano Figueroa Larraín, le manifestó al Ministro del Interior, Coronel Carlos Ibáñez del Campo, sus aprensiones para aceptar la invitación, porque las grandes nevadas de la cordillera podrían entorpecer el viaje de los muchachos, éste le contestó: "Si fuera necesario, que atraviesen la cordillera a pié; para eso son soldados."

Pero los viajeros no tuvieron ningún problema en la travesía a bordo del Ferrocarril Transandino. Viajaban dos compañías comandadas por el Director de la Escuela, Coronel José María Barceló Lira, la primera de ellas a cargo del Capitán Guillermo Aldana y los tenientes Stringe, Garrido, y Sagüés. La segunda iba al mando del Capitán Guillermo Rosa y los tenientes Andrade, Miranda, y Gundelach.

Después de un cálido recibimiento en Mendoza, en el Regimiento de Infantería N° 16, la delegación chilena prosiguió su viaje a Buenos Aires, pero en la pequeña Estación Alpatacal, por la que pasaba a gran velocidad arrastrado por dos locomotoras, en la madrugada del 7 de julio, el convoy que transportaba a los cadetes chocó de frente con otro que esperaba para partir, descarrilando ambos. Los carros se tumbaron y aplastaron, y dentro de ellos los pasajeros. Luego se desató un incendio. No es el propósito de estas breves líneas relatar los horrores allí vividos por los militares chilenos, que en ese momento ya dormían plácidamente en los coches dormitorios, por lo que sólo mencionaré que fallecieron 12 y quedaron heridos 31, de los cuales 10 eran graves y 21 leves. Cuando fueron a extraer de los fierros retorcidos y maderas astilladas al Coronel Barceló dijo: "Salven primero a mis cadetes."

Respecto de los que resultaron sanos y salvos, honroso resulta recordar que el Ministro de Guerra, General Bartolomé Blanche, el mismo día 8 aclaró que por decisión del General Ibáñez -que entretanto había resultado elegido para la primera magistratura en la elección presidencial del 22 de mayo- el viaje proseguiría, porque "la continuación del viaje de una compañía a Buenos Aires obedece al cumplimiento del deber que la Escuela contrajo al aceptar el gobierno la invitación del gobierno de Argentina; y este deber, grato en toda circunstancia, no puede dejar de cumplirse, cualesquiera que sean los obstáculos que la delegación encuentre, por obra de la dolorosa casualidad."

Y así fue como prosiguieron a Buenos Aires 120 cadetes con 5 oficiales, llevando consigo estandarte y banda de pitos y tambores solamente, porque la banda instrumental había resultado destruida.

El diario "Crítica" de la capital transandina informó como sigue:

"Bajo una lluvia de flores, el heroico resto de la brillante falange de soldados enviada por Chile, desfiló esta tarde por nuestras calles. El pueblo los hizo objeto de una manifestación jamás vista en Buenos Aires. Se les aplaudía y vitoreaba sin cesar."

"Al romper la marcha los cadetes chilenos, encabezando la magnífica columna de tropas, estalla un nutrido repique de aplausos en la Plaza de Mayo, en las aceras de la avenida y los balcones de la Intendencia."
Por su parte el diario "Los Andes", de Mendoza, refiriéndose a la llegada de nuestra Escuela a Buenos Aires, comentaba:

"Era tal la aglomeración de gente en la estación de Retiro y sus inmediaciones en el instante de llegar el tren a ésa, que se hacía imposible dar un paso y fue necesario prohibir el tráfico de vehículos. La multitud, apiñada, esperaba impaciente el arribo del convoy. Múltiples damas aguardaban con hermosos ramos de flores sujetos por cintas de los colores argentinos y chilenos."

"Cuando se anunció la proximidad del tren, el público prorrumpió en vítores y aplausos con un entusiasmo indescriptible. Pero cuando el tren se detuvo en el andén, la escena fue inenarrable."

"Gran parte del público, ávido de ver y exteriorizar su simpatía cariñosa a los cadetes, llegaron al extremo de treparse a los coches del convoy colocado en la vía contigua, donde estaba el tren especial."

"Fue un instante inconfundible, cuando los cadetes eran abrazados por las multitudes, que hacían grandes esfuerzos por llevarlos en andas, mientras los cadetes - visiblemente emocionados- agradecían las demostraciones populares."

"El doctor Alvear (Presidente de la República Argentina) estrechó la mano de cuantos militares y cadetes chilenos le fue dado, denotándose en él una gran emoción en ese momento, a la que todo el pueblo de Buenos Aires se adhería en forma espontánea y sin convocatoria previa alguna, llevado por la congoja que le ha producido la catástrofe de ayer, al recibir como hermanos a los cadetes que ha enviado Chile."

"Puede decirse que nunca Buenos Aires ha tributado tan espontánea como extraordinaria manifestación."

"Con grandes esfuerzos y siendo preciso abrir camino entre la multitud, los cadetes chilenos pudieron llegar al cuartel de "Granaderos a Caballo", donde se alojan y hasta donde los acompañó incesantemente las demostraciones del cariño popular."

Entretanto, el Director de la Escuela, Coronel Barceló, con otros oficiales, brigadieres, suboficiales, cadetes y soldados, se recuperaba en el Hospital San Antonio.

Es que los pueblos hispanoamericanos en general, y en particular el argentino y el chileno, son amigos, por sobre algunos políticos y gobernantes que han alimentado ambiciones y resentimientos, que los nuevos tiempos hacen imperativo desechar definitivamente si queremos subsistir y desarrollarnos como naciones libres y soberanas, con lazos comunes de origen y proyecciones de futuro también común.

 
LOS MILITARES CHILENOS DESFILARON
EL 9 DE JULIO EN BUENOS AIRES




EL 14 DE JULIO LA DELEGACION DE
LA ESCUELA MILITAR LLEGA A SANTIAGO




LAS HONRAS FUNEBRES DE LOS MILITARES FALLECIDOS
EN LA CATEDRAL DE SANTIAGO






ALPATACAL

(Revista Memorial del Ejército, N° 407, 1981; Mayor (E.M.) HERNAN NUÑEZ MANRIQUEZ)

El toque de clarín que llamó a reunión congregó, en medio de un emotivo y respetuoso silencio, a la Escuela Militar del Capitán General Bernardo O'Higgins y a los miembros de la "Legión Alpatacal" formada por los ex Cadetes que el día 7 de julio de 1927 se encontraron en la tragedia que enlutó al primer plantel militar y por ende a todo Chile.

El Sr. Director de la Escuela Militar, Coronel (E.M.) Hugo Salas Wenzel, y todo el Instituto asistieron a esta ceremonia recordatoria, ejemplo del cumplimiento del deber. Cada año se agiganta, al evocar tantas pruebas de heroísmo dadas por los cadetes de los años 1927 - 1928 y 1929, que constituyen una norma permanente para la juventud chilena, como asimismo para el personal de Oficiales y Cuadro Permanente.

El Memorial del Ejército de Chile, al publicar "in extenso" el discurso pronunciado por el Mayor (E.M.) don HERNAN NUÑEZ MANRIQUEZ, rinde con ello un sentido homenaje a la Escuela Militar de Chile y a los miembros de la "Legión Alpatacal".

LA Patria es una preciosa herencia de glorias y recuerdos,transmitidos de generaciónen generación, que se encarnan enel alma nacional y que año a año resplandecen en nuestras mentes y corazones, arrancando un grito de orgullosa admiración, al revivir momentos estelares que han llegadoa ser esencia de la gloriosa gallardía de una raza.

Julio deja su primera década de días que son el cofre de heroísmo y holocaustos en los altares de Chile.

¡Concepción, Huamachuco, Alpatacal !

Fechas hermanas, pilares de gloria, de lágrimas, de valor, que soportan los brisos de mármol que, austeros de silencio, nos enseñan:

"Dulce e decorum es pro Patria mori".

"Dulce y decoroso es morir por la Patria".

Hoy detiene el ritmo de nuestrasexistencias la inolvidable catástrofe de Alpatacal, que el 7 de Julio de 1927 fue el desvío hacia la gloriade una embajada juvenil de este Alcázar; Alféreces y Cadetes comoustedes, hijos predilectos de esta Escuela, que sobre la hoguera crepitante de la tragedia, escribirían una página de disciplina, sacrificioy noble comportamiento del deber. Se cumplía el centenario de Bartolomé Mitre, poeta, soldado y estadista argentino. Había sido también amigo nuestro y en nuestro país había buscado amparo en tiempos difíciles, trayendo como bagaje inapreciable su espíritu luminoso y de gran vuelo.

Por esa causa, Chile adhería con doble razón al regocijo de la República Argentina y esa razón de carácter moral inmensa determinó que la Escuela Militar se hiciera presente en esa cita de honor juntoa cinco naciones hermanas. Se hacía por fin realidad la noticia aparecida en "El Mercurio" del 28 de Junio de 1927, que corrió como reguero pólvora por patios, la escala de piedra y salas de clases del viejo Alcázar.

Así, bizarra, como es nuestra Escuela, ante la honrosa misión que debía cumplir, estaba luminosa y al oír las palabras de exhortación del Vicepresidente de la República,General Carlos Ibáñez del Campo, en su revista preparatoria, vibró prometiendo tácitamente cumplir por Chile todo lo que el deber le impusiera.

Situémonos en una rápida mirada retrospectiva hacia el pasado: en la madrugada del 6 de julio de1927, el viejo cuartel de la calle Blanco observaba un extraordinario movimiento.

A las 04.00 horas un batallón de formación abandonaba su cuartel en medio de una gruesa y fría neblina invernal.

Sólo rompía el silencio del amanecer el ruido uniforme, acompasado y seco de aquellos soldados niños, de rostros alegres y optimistas, henchidos de esperanzas.

Y partieron los cadetes en el viaje trasandino llevando nuestro tributo de amor y confraternidad. Partían a demostrar el fervor de nuestra raza por todo lo que significa civismo.

Horas más tarde la Escuela rubricaba el término de una primera etapa en Mendoza, con el recibimiento grandioso de su pueblo.

¿Quién podía pensar, entonces, en medio de aquella exuberante felicidad, que antes del nuevo amanecer algunos de ellos se enfrentarían a la muerte, que sigilosa los esperaba en el camino?

Pero nadie es más grande que su propio destino y la tragedia acechaba en Alpatacal.

Ahí en Alpatacal, estación ferroviaria situada a escasa distancia de Mendoza, en la fría madrugada del 7 de Julio, un violento choque de trenes proyectaría a la eternidad el apacible sueño de jóvenes chilenos.

El horrendo choque, ¿Cómo explicar aquellos monstruos de acero, heridos de muerte y ardiendo?

¿Cómo describir a aquellos hombres agonizantes y a esos animales enloquecidos por el dolor, iguales ante el sufrimiento; las contorsiones del hierro y del acero que estrechaban y aprisionaban mortalmente a sus víctimas con brazos rígidos y fríos? ¿Cómo poder describir el despertar lento de aquellos que pasaban del sueño al desmayo de las heridas y volvían a los sentidos ansiando perderlos, porque no eran capaces de soportar tanto dolor? ¿Cómo poder definir, en fin, la oscuridad impenetrable de la noche, el crujimiento de las maderas que se retorcían y el golpe seco de los metales que caían confundiéndose con el pifiar furioso y desesperado de los caballos?

Y ante esa pira crepitante, soplada infernalmente por el viento furioso de la madrugada pampera, formó el batallón con sus cadetes semi desnudos, a la luz del incendio, semejando fantasmas envueltos en sudarios blancos.

En medio de ese espectáculo de epopeya surgió la figura del Jefe, el Coronel José María Barceló Lira, Director de la Escuela Militar, quien en un calvario admirable, deudor ante su conciencia y ante Dios no sólo de sí mismo, sino de aquellos a quien la Patria le confiaba sus hijos predilectos, herido e imposibilitado de moverse gritaba una frase para la historia:

"¡Mis cadetes, salven primero a mis cadetes!".

No se imaginaba que su ejemplo era ya una lección de virtudes militares que otros seguían:

El Cadete Fieghen, intrépido, se lanzó hacia las llamas, cogió su fusil y su mochila, mientras el fuego lo envolvía y laceraba sus piernas.

Su acción le valió una medalla y lamuerte al año siguiente.

Y si el Cadete Fieghen volvió por su fusil, el 1º Navarrete lo hizo por sus amigos: los caballos.

Estos, al sentir la cabalgata próxima de la muerte, estaban enloquecidos.

El lenguaje mudo de la ternura llamó a su lado a su amo de siempre. El leal 1º Navarrete respondió. Después lo encontrarían aplastado bajo el cuerpo de un equino, a cubierto de las llamas por este abrazo mortal.

Y ese espectáculo de heroísmo deaquellos muchachos sobre la pampa escarchada que salvaban a sus hermanos, a sus camaradas de raza y de bandera.

Esos mismos muchachos formarían en esa retreta trágica, tragando pena, poniendo ronca la voz para contestar "Firme" cuando se pasó lista. Lista de honor del valor, frío y consciente, que no contestara "Firme" al llamar al:

—Brigadier Osvaldo Medina.
—Cadetes Perry y Martini.
—Sargentos Garín, Navarrete, Collao y Montes.
—Cabo Zamora.
—Dragoneante Quintana.
—Soldados Pérez, Gajardo y González.

Doce nombres que hace 54 años murieron para la vida, pero nacieron para la gloria, porque con su sacrificio se adentraron en la historia del Alcázar formando parte del impulso que le da fuerza para avanzar.

Pero... Quedaba en pie una misión por cumplir: ¿Debería volver a Chile la Escuela Militar?

Las órdenes ya habían sido dadas, porque la voz de Chile, representada por su Primer Mandatario General Carlos Ibáñez del Campo había adelantado su histórica decisión :

"Pasaréis los Andes, aunque sea a pie, porque para eso sois soldados, los heridos regresan con los cadáveres que serán velados aquí".

En virtud de esta orden, digna de Esparta, siguió rumbo a Buenos Aires la Escuela Militar, sin equipo de parada, mermado su instrumental de banda y sin sus cabalgaduras. No se interrumpieron los hermosos sueños de confraternidad americana; con la moral alta, sin vacilaciones por esta artera jugada del destino, la Escuela iría a cumplir con su deber. ¡Y vaya que cumplió!

También lo hizo el pueblo argentino, y su premio no se hizo esperar. En la Avenida de Mayo, el 9 de Julio de cada año, la recepción a los cadetes chilenos todavía se recuerda. No se registra en la historia trasandina un recibimiento igual y seguramente nunca será superado.

El desfile fue impecable. El pueblo rompió los cordones, y a los gritos de "Viva Chile", los cadetes levantados en vilo quedaron sin botones y trozos del uniforme de campaña fueron arrancados para ser conservados como preciadas reliquias.

Es oportuno que en estos momentos se recuerde aquellos pañuelos argentinos, que en las calles de Buenos Aires se agitaban para saludar el paso de los sobrevivientes y se aquietaban para secar una lágrima.

"Cuando los Cadetes chilenos desfilaron por las calles de BuenosAires —dice un periodista de la época— toda la ciudad se conmovió, presenciando escenas verdaderamente impresionantes en la calle de Florida, donde la muchedumbre se revolvía pugnando por romper el doble cordón humano formado por los cadetes de los demás países sudamericanos, para abrir camino de honor a la Escuela Militar de Chile".

El día 14 de Julio el tren devolvía a la Patria la Compañía que desfiló en Buenos Aires.

Volvían a la Patria con el uniforme deshecho por el calor del entusiasmo con que habían sido recibidos allende los Andes.

La emoción embargaba a todo un pueblo. En La Moneda y a lo largo de toda la Alameda de las Delicias, se ubicó Santiago desde temprano ese Sábado 15 para tributar un triunfal recibimiento a las Cien Aguilas. Nada demostraba en ellos la fatiga de una larga jornada ni el aniquilamiento de la tragedia que debió resentirlos.

Junto a la expresión multitudinaria de un pueblo que se sentía representado por este puñado de jóvenes en el corazón y en el alma, un sentimiento de aflicción oprimíalos ánimos de toda una Nación. La Patria entera lloraba a aquellos mártires de Alpatacal.

La masa humana tenía veinte cuadras que unían la Catedral con el Cementerio. Veinte cuadras de recogimiento y emoción del pueblo que marchaban tras de las cureñas que conducían a los Cadetes hacia la última morada.

En la puerta del Cementerio se había emplazado una tribuna. La ocuparon muchos oradores. Al público se le grabaron dos momentos: Uno, algunos párrafos del discurso del Capitán Guillermo Aldana:

"Rompiendo las costumbres que se siguen comúnmente para las frases que se pronuncian en estos recintos, yo os invito, chilenos todos, a saludar por vez postrera los restos mortales de nuestros camaradas, con nuestro grito de guerra. Arriba los espíritus y como oración a los muertos gritad conmigo: ¡Viva Chile!".

El otro acto significativo fue el silencio del trompeta, que con sus notas tejía en las almas sobrecogidas la ilusión de que esa música venía de lejos... del pasado... del fondo de la creación de la raza... desde los límites que forjaron la nacionalidad.

Tras la paletada... terminaba así una odisea y comenzaba a trabajar la pátina del tiempo.

Cadetes de ayer y de hoy:

Hace 54 años, el Cóndor chileno, con sus alas enlutadas las doró de gloria volando sobre el Sol de Mayo, para que se pudiera decir que los Cadetes de la Escuela Militar de Chile, que tuvieron su bautismo de fama y heroísmo el 5 de Abril de 1818, fundaron un siglo más tarde otros eslabones de amistad, de sangre y fuego, sobre la pampa inmensa.

Los años han pasado, han secado las lágrimas y la historia patria ha dado un lugar preferente en sus más bellas páginas a este episodio, y grabó para siempre, en el mármol frío, los nombres de los mártires de Alpatacal que recuerdan la lección del deber y del honor, para que todos aquellos que han cruzado el umbral de este Alcázar en busca de las nobles virtudes militares, sientan la presencia de sus almas y le ofrenden, generosos, su perenne recuerdo.

¡Cadetes de Alpatacal!

Vuestra actitud hizo más grande a Chile en la América Austral; la sangre viril y lozana que derramó en Alpatacal fue la misma de Maipo y Yungay, que corrió empapando a las actuales generaciones, que también sabrán demostrar ese cumplimiento del deber, esa disciplina de fierro, ese sentido supremo de la dignidad en los momentos difíciles de prueba, si un pueblo menguado se atreve nuestra enseña gloriosa insultar.

Anda plácidamente entre el ruido y la prisa, y recuerda que paz puede haber en el silencio.