TERREMOTO-MAREMOTO, ARICA, 13 DE AGOSTO DE 1868






El 13 de Agosto de 1868, alrededor de las 5 de la tarde, un terremoto sentido entre Guayaquil y Valparaíso afectó las zonas de Moquegua-Arequipa-Tacna-Arica-Iquique.

Arica, entonces territorio peruano, recibió el mayor impacto, principalmente por el tsunami que se originó tras el sismo que alcanzó la costa sudamericana y gran parte de Oceanía.

300 muertos y cuantiosos daños materiales fueron el saldo que dejó en Arica (que pasaría a ser chilena después de la Guerra del Pacífico de 1879). Primero el terremoto, luego una serie de incendios, y finalmente el tsunami con olas de 18 m. de altura, causaron terrible daño en la ciudad. Víctimas esparcidas a lo largo de la costa, barcos arrojados sobre los roqueríos y playas, cantidad de escombros y gran temor, fueron el resultado de este episodio.

Los efectos del maremoto fueron relatados por un sobreviviente del buque de guerra estadounidense “Wateree”, que junto a otras naves como el “Fredonia”, “América”, “Chañarcillo” y “Regalón”, sufrieron tristes consecuencias.

Iquique, Pisagua y Mejillones fueron asoladas por olas de 6 a 10 m de altura y sus calles fueron invadidas por el mar. En Caldera y Carrizal fueron destruidos los muelles y embarcaciones menores. Igualmente en Coquimbo, junto con daños en tres naves de gran calado.

En el centro y sur de Chile hubo grandes marejadas, que también alcanzaron a Constitución, Tomé, Penco, Talcahuano y Concepción.

EL ANTES...


... Y EL DESPUES.





EL BUQUE NORTEAMERICANO "WATERRE", DESPUES DEL CATACLISMO




13 de agosto de 1868 (www.shoa.cl)

Gran terremoto y tsunami, ocurrido en el sur de Perú y norte de Chile a las 16:45 horas. Arica fue totalmente destruida a excepción de unos pocos edificios de dos pisos, así como también los daños fueron cuantiosos en Pisagua e Iquique. En Arica, después del terremoto, el mar elevó su nivel entre dos y cinco metros sobre la alta marea, inundando el terreno en una extensión de más de 450 metros y barriendo con 200 personas que se habían refugiado en el rompeolas. Posteriormente, a los 20 minutos de ocurrido el terremoto, el mar se retiró repentinamente alrededor de 2 kilómetros de la playa; la bahía se secó y todas las embarcaciones fueron transportadas con gran velocidad a mar abierto. Varios minutos más tarde el mar regresó en una terrible ola de 15 a 18 metros de alto, transportando a las embarcaciones en su cresta. Inundó una gran porción del terreno dejando a muchas embarcaciones encalladas en la playa. Una segunda ola, 15 minutos más tarde, fue tan intensa como la primera. Este tsunami afectó prácticamente toda la cuenca del océano Pacífico, registrándose en Perú, Australia, Alaska, islas Marquesas, islas Chatman, Nueva Zelanda, Hawai, costa weste de Estados Unidos, Japón y Filipinas.

Epicentro del terremoto: latitud 17,7° S; longitud 71,6° W
Magnitud estimada: 8,8 Richter
Largo estimado de la dislocación: 500 kilómetros
Variación máxima del nivel del mar: 20 metros en Arica


Arica después del terremoto de 1868, El correjimiento de Arica : 1535-1784
Vicente Dagnino, Arica : Impr. La Epoca, 1909. v, 350 p., [55] p. de láms.
(www.memoriachilena.cl)




CRÓNICA DEL TSUNAMI DE ARICA, 1868

("Los terremotos chilenos", Ed. Quimantú, 1972)

Este es el relato del oficial L.G. Billings, del navío de bandera norteamericana Wateree, que junto al Fredonia, al acorazado peruano América y a otra docena de embarcaciones se encontraban anclados en la rada de Arica, a la sazón bajo dominio peruano, la tarde del 8 de Agosto de 1868, fecha en que, como había ocurrido en cada siglo de la existencia de esa entonces floreciente ciudad, la fuerza de un terremoto y posterior tsunami destruyó casi todo lo que los hombres habían construido.

Sólo el siglo XX se ha escapado, hasta la fecha, de una catástrofe de tan graves consecuencias en esa nortina ciudad, chilena desde 1879.

"Hacia las cuatro de la tarde me encontraba en la cabina del comandante cuando nos sobresaltamos, pues el barco vibraba como cuando se deja caer el ancla y la cadena gime en los escobenes. Seguros de que no podía tratarse de esto, corrimos hacia el puente. Atrajo nuestra atención una nube de polvo que avanzaba desde el sureste por tierra, al mismo tiempo que crecía la intensidad del ruido. Ante nuestros ojos estupefactos las colinas parecían tambalearse, y el suelo se agitaba igual que las pequeñas olas de un mar picado."

"La nube de polvo envolvía ya a Arica. Al mismo tiempo se elevaban a través de su impenetrable velo los gritos de socorro, el estruendo de las casas que se derrumbaban y la mezcla de los mil clamores que se producen durante una calamidad. Mientras tanto, nuestro barco se sacudía como tomado por una mano gigantesca. Después, la nube cruzó sobre nosotros."

"A medida que el polvo se disipaba, nos frotábamos los ojos y mirábamos sin poder creer lo que veíamos en el sitio donde segundos antes se encontraba una ciudad feliz y próspera, diligente de actividad y vida, sólo veíamos ruinas entre las que se debatían los heridos menos graves de todos, los infortunados prisioneros de las ruinas de sus propias casas; gritos, aullidos de dolor y llamadas de auxilio rasgaban el aire, bajo un sol sin piedad que brillaba en el cielo sereno."

"Temerosos por la llegada de un maremoto, mirábamos hacia el mar abierto; pero el mar estaba tranquilo y se podía creer que los cuatro o cinco minutos que acabábamos de vivir, así como el desolado espectáculo al que volvíamos momentáneamente la espalde, habían sido una pesadilla. Por prudencia, el comandante hizo fondear las anclas suplementarias, cerrar las escotillas, amarrar los cañones, poner alambreras."

"En tierra, los sobrevivientes atravesaban mientras tanto la playa y se apiñaban en el pequeño malecón, llamando a las tripulaciones de los barcos para que ayudadran a sacar a sus parientes de las confusas ruinas y transportarlos a la aparente seguridad de los barcos anclados. Esto era más de lo que podíamos soportar, así que de inmediato bajamos la lancha con trece hombres a bordo. Alcanzó la ribera y la tripulación desembarcó de inmediato, dejando solamente un marinero de guardia en la embarcación. Mientras tanto, abordo tratábamos de organizar un equipo armado de palas, hachas y zapapicos, cuando un rumor atrajo nuestra atención; al volver los ojos a tierra vimos com horror que el lugar en el que se encontraba el muelle lleno de seres humanos, había sido tragado en un instante por la repentina subida del mar, mientras que nuestro navío, flotando sobre la superficie, no lo había notado. Veíamos asimismo la lancha con sus tripulantes arrastrados por la irresistible ola hacia el alto acantilado vertical del Morro, en donde desaparecieron entre la espuma formada por la ola al romper sobre las rocas."

"En ese mismo momento se produjo una nueva sacudida sísmica, acompañada en la ribera de un terrible rugido que duró algunos minutos. Vimos nuevamente ondular la tierra, moverse de izquierda a derecha, y esta vez el mar se retiró hasta hacernos encallar y descubrir el fondo del océano, mostrando a nuestros ojos lo que jamás se había visto: peces que se debatían entre las rocas y monstruos marinos embarrancados. Las embarcaciones de casco redondo rodaban sobre sus costados, mientras que nuesrtro Wateree se posó sobre el fondo plano. Cuando volvió el mar, no como una ola sino más bien como una enorme marea, hizo rodar a nuestras infortunadas naves compañeras con la quilla arriba del mástil, mientras que el Wateree se levantó ileso sobre las agitadas aguas."

"A partir de ese instante, el mar pareció desfiar todas las leyes de la naturaleza. Diversas corrientes se precipitaban en direcciones opuestas y nos arrastraban a una velocidad que jamás hubiéramos alcanzado, aunque marchásemos a todo vapor. La tierra temblaba continuamente, en intervalos regulares, cada vez con menos violencia y durante menos tiempo."

"El acorazado peruano América, el más veloz de su tiempo, continuaba a flote, así como el navío norteamericano Fredonia. El América, que había intentado llegar a mar abierto a toda la velocidad de sus máquinas antes de la retirada del mar, se hallaba parcialmente en seco, con el casco desfondado. En ese momento la ola lo arrastraba a gran velocidad hacia la ribera mientras sus chimeneas vomitaban un espeso humo negro y parecía ir en socorro del Fredonia, que, gravemente averiado, era empujado hacia los acantilados del Morro de Arica. Creyendo que esas eran sus intenciones, el comandante Dyer, del Fredonia, corrió a la proa del barco y gritó hacia el acorazado, que se encontraba sólo a unas yardas de distancia:"¡No pueden hacer nada por nosotros, nuestro casco está roto! ¡Sálvense! ¡Adiós!" Un momento después el Fredonia se estrelló contra el acantilado y nadie se salvó, mientras que una corriente contraria tomó milagrosamente al navío peruano y lo arrastró en otra dirección."

"Los últimos rayos del sol iluminaban los Andes cuando vimos con horror que las tumbas, sobre la pendiente de la montaña de arena, en la que los hombres de la antigüedad enterraron a sus muertos, se habían abierto, y, colocadas en filas concéntricas, como en un anfiteatro, las momias de los aborígenes muertos aparecían de nuevo a la superficie. Habían sido enterradas sentadas frente al mar. Estaban sorprendentemente conservadas gracias al salitre que impregnaba el suelo; las violentas sacudidas que habían disgregado esa tierra seca y desértica descubrían una espantosa ciudad de muertos, enterrados hacía largo tiempo."

"Las palabras son incapaces de describir el aterrador espectáculo de la escena. Impresionados por los momentos que acabábamos de vivir, creímos que había llegado el día del Juicio Final y que la Tierra iba a desaparecer; la amargura de una muerte tan aterradora era mayor de lo que podíamos imaginar."

"La noche había caído hacía largo tiempo cuando el vigía gritó sobre el puente para anunciar que una ola gigantesca se aproximaba. Escrutando la oscuridad percibimos primero una débil línea fosforescente que, como un extraño espejismo, parecía subir cada vez más hacia el cielo; su cresta, coronada por la lúgubre luz de un resplandor fosforescente, revelaba siniestras masas de agua negra que se agitaban por debajo de ella. Anunciándose con el estruendo de miles de truenos que rugían al unísono, el maremoto que temíamos desde hacía horas había llegado finalmente."

"De todos los horrores, éste parecía ser el peor. Encadenados al fondo, incapaces de escapar, habiendo tomado todas las precauciones humanamente posibles, no podíamos más que ver llegar la monstruosa ola, sin siquiera el sostén moral de poder hacer algo, ni la esperanza de que el navío pudiese pasar a través de la masa de agua que avanzaba para destrozarnos. Lo único que nos quedaba era sujetarnos a los barandales y esperar la catástrofe."

"En medio de un estruendo aterrador, nuestro barco fue tragado, enterrado bajo una masa semilíquida, semisólida de arena y agua. Permanecimos sumergidos faltándonos el aire durante una eternidad; después, con un gemido de toda su armazón, nuestro sólido Wateree se abrió un camino hacia la superficie con su jadeante tripulación sujeta aún de sus barandillas. Algunos hombres estaban gravemente heridos; ninguno había muerto, no faltaba nadie. Había sido un milagro en el que, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, me es difícil creer."

"Ciertamente nuestra supervivencia se debió a la línes y a la forma del barco, que había permitido que el agua escurriera del puente en forma tan rápida como si se tratara de una balsa."

"El navío había sido transportadoa gran velocidad y rápidamente se inmovilizó. Tras esperar unos minutos, bajamos una linterna desde a bordo, y descubrimos que habíamos encallado. No sabíamos en dónde. Algunas olas menos violentas se estrellaban contra nosotros, después todo cesó. Durante algún tiempo permanecimos en nuestros puestos, pero como el barco seguía inmóvil, se dió la orden a la agotada tripulación para que fuera a dormir."

"El sol se levantó sobre una escena de desolación como pocas veces pudo contemplarse. Estábamos en seco, a tres millas del sitio en que habíamos anclado y a dos milla tierra adentro (unos 3,5 kilómetros). La ola nos había transportado a una velocidad increíble por encima de las dunas de arena que bordean el océano, a través de un valle, y más allá de la vía del ferrocarril que va a Bolivia, para abandonarnos al pie de la cadena costera de la cordillera de los Andes. Ahí, sobre el acantilado casi vertical, descubrimos el rastro que la ola del maremoto, a unos 47 pies de altura (unos 15 metros), había dejado. Si la ola nos hubiera arrastrado 60 pies más adelante, nos habría estrellado contra el muro perpendicular de la montaña."

"Cerca de nosotros yacían los restos de un velero inglés de tres palos, el Channacelia; una de las cadenas del ancla se arrollaba alrededor del navío tantas veces como su longitud lo había permitido, mostrando así que el barco había rodado varias veces. Un poco más lejos, rumbo al mar, el acorazado América estaba destrozado, recostado sobre uno de sus flancos."

"Los terremotos continuaron durante los siguientes días, pero ninguno alcanzó ya la violencia ni la duración del primero; sin embargo, algunos eran lo suficientemente severos para sacudir al Wateree hasta hacerlo vibrar como una vieja tetera, así que nos vimos obligados a abandonar el navío para acampar en la meseta, 200 pies más arriba. Desde allí pudimos contemplar el efecto desastrozo de las sacudidas en la topografía. En algunos sitios encontramos fisuras inmensas, una de las cuales alcanzabamás de 100 pies de ancho (35 metros), con profundidades desconocidas; otras no eran más que simples cuarteamientos y desgarraduras. Aquí y allá descubrimos la prueba da la desesperación de la gente durante su huida: recuerdo, por ejemplo, el cadáver de una mujer montado sobre un caballo muerto, los dos tragados por una grieta cuando trataban de escapar para salvar la vida."

"La ciudad misma había desaparecido y en su lugar se extendía una llanura de arena sólida. Exceptuando los barrios adosados a la montaña, no quedaba ninguna casa que señalara el sitio en que estaba levantada Arica. Todas las construcciones hechas con tabiques suaves, llamados "adobes", habían sido destruidas por el mar. En los barrios situados abajo del nivel alcanzado por el agua, caminábamos sobre un horrible amontonamiento en el que todo se mezclaba, incluyendo los cadáveres, bajo una altura de 20 ó 30 pies."

"De los diez o quince mil habitantes que tenía Arica, sólo sobrevivieron unos cuantos centenares de infortunados. Durante las tres largas semanas que esperamos la llegada de los primeros auxilios, compartimos con ellos las provisiones y el agua potable del Wateree. Renuncio a describir nuestra emoción cuando finalmente la vieja fragata Powhatan, de la Marina de los Estados Unidos, apareció en la rada con la cala y el puente sobrecargado de todas las provisiones, de todos los víveres posibles."


 
EL MAREMOTO DE ARICA DE 1868, UNA VERSION DIFERENTE

(John Gallaher K., miembro del Directorio del "Museo Fonck" de Viña del Mar)

El maremoto que asoló a Arica el 13 de agosto de 1868, es un
acontecimiento que, no obstante el tiempo transcurrido, aún concita
interés, dada su magnitud y la increíble aventura protagonizada por
el USS Wateree. Lo han mencionado escritores como Alfredo Wormald
Cruz, en "Frontera Norte" y Luis Urzúa Urzúa, en "Arica, Puerta
Nueva". Recientemente, la prensa y televisión lo han vuelto a poner
sobre el tapete. Por lo general, la fuente de información para estos
artículos está en el relato hecho por el Contraalmirante L. G.
Billings, de la Armada de los Estados Unidos de Norteamérica,
publicado por el National Geographic Magazine en enero de 1915.
Billings formaba parte de la dotación del Wateree y, por lo tanto,
fue testigo presencial de los hechos que narra.
El Wateree -lo describe Billings-, era de la clase de buques
construidos al término de la guerra civil estadounidense para
navegar los ríos del sur de ese país. Era de doble timón, teniendo
uno a cada extremo (double-ender) y de fondo plano. En 1868 se
hallaba de servicio en el Pacífico Sur, arribando a Arica con el
buque-almacén Fredonia al remolque, para evitar la fiebre amarilla
declarada en El Callao y Lima. Su amurada, donde estaban los
cañones, podía, para el empleo de aquellos, abatirse hacia afuera,
casi a ras de cubierta y en aproximadamente dos tercios de su
extensión. Al comienzo del maremoto, cuando el mar se retiró, las
embarcaciones surtas en la bahía quedaron depositadas en el lecho
seco del océano, los de quilla, tumbados; el Wateree, adrizado sobre
su base plana. El comandante ordenó abatir los portalones de las
amuras y cerrar las escotillas, de modo que la gran ola que
posteriormente los cubrió, pudo escurrir desde cubierta sin inundar
la nave, permitiendo que ésta saliera a flote.
El artículo de Billings, publicado cuarenta y seis años
después, consigna, equivocadamente, el día 8 de agosto como fecha
del maremoto, lo que ha inducido, a algunas publicaciones
posteriores, a incurrir en error, pero constituye el singular relato
de aquel acontecimiento visto desde cubierta. Existe otro, no
obstante, de difusión menos conocida, que nos ofrece las impresiones
desde tierra de uno de los residentes de Arica.
El "Star and Herald", periódico panameño en idioma inglés, con
fecha 5 de septiembre de ese mismo año, publica una carata
escritapor el agente en Arica de la Co. Inglesa de Vapores, G. H.
Nugent, que ofrece su visión de aquel acontecimiento, y que aquí
reproducimos en una traducción libre.

El terremoto inicial.

"Es inoficioso -dice Nugent- entrar en otras materias, ya que
escribo bajo el peso de un gran dolor. Arica no existe más.
Alrededor de las cinco de la tarde del día trece, se produjo un
horrendo terremoto. Apenas tuve tiempo para sacar a mi esposa e
hijos a la calle, cuando la totalidad de los muros de mi casa
cayeron; caer, apenas si es el término apropiado, ya que fueron
lanzados para afuera, como si me los hubiesen escupido. Al mismo
tiempo se abrió la tierra eruptando polvo, seguido por un espantoso
hedor como a pólvora. La atmósfera se obscureció y yo no podía ver
a mi esposa con los niños a dos pies de distancia. Si esto hubiese durado
algún tiempo nos habríamos sofocado, pero en cuestión de un par
de minutos se despejó y, recolectando mis bienes domésticos, me dirigí hacia los cerros.
Es un misterio cómo logramos pasar entre casas que se
derrumbaban, donde vimos a personas, unas muertas, otras mutiladas,
pero una Providencia misericordiosa nos protegía. Proseguimos
nuestro triste camino en dirección a los cerros con la tierra
sacudiéndose, lo que nos obligaba a avanzar a trastabillones, como
ebrios, cuando un gran clamor se dejó oír -"el mar se ha retirado".

La salida del mar.

Apuré el paso y en cuanto alcancé la periferia del pueblo, miré
para atrás y vi todos los buques en la bahía arrastrados
irresistiblemente mar adentro, a una velocidad probable de diez
millas por hora. En pocos minutos la increíble resaca se detuvo;
entonces surgió una inmensa ola, calculo que de unos cincuenta pies
de altura, que entró con una furia incombatible, arrasando con todo
por delante en su espantable grandeza. A la totalidad de las
embarcaciones las trajo de vuelta, a veces girando en círculos, pero
en rauda carrera a su inevitable destino.
Entretanto, la ola había llegado: impactó el molo,
atomizándolo; se tragó mi oficina como si fuera el bocado de un
gigante y, en su rugiente progreso, se tragó la Aduana y siguió su
curso a lo largo de la calle arrasando con todo. Los restos de mi
morada desaparecieron rápidamente, mis lanchas ya habían
desaparecido hacía rato y así se completó mi ruina. Observaba sin
aliento aquella tétrica visión, pero dándole gracias a Dios que se
me preservara la vida a mí y a mis seres queridos.
Cada segundo parecía una existencia. Al mirar el océano, vi los
buques aún avanzando hacia la catástrofe y en cuestión de minutos
todo se había acabado.

El saldo de la catástrofe.

Todas las embarcaciones se encontraban o bien varadas, o
volteadas con su quilla para arriba. El vapor de guerra peruano
América, perdió alrededor de ochenta y cinco personas. El vapor de
los Estados Unidos Wateree, se salvó con la pérdida de una sola
vida; llevado sobre las olas quedó como a un cuarto de milla tierra
adentro, desde la vía férrea. El Fredonia, buque-almacén
norteamericano, se hallaba con su quilla para arriba, con toda su
tripulación muerta (a excepción del capitán, cirujano y oficial
pagador que, estando en tierra, se salvaron).
La barca inglesa Chañarcillo, de Liverpool, yacía bien adentro
de la playa y también los restos de un casco, la mitad de cuya
tripulación pereció. Una barca norteamericana cargada de guano fue
engullida y no ha dejado rastro que indique su suerte. El último de
esta infortunada flotilla, un bergantín peruano, fue depositado en
la línea férrea, al parecer sin la pérdida de un solo cable.
De lo que ha ocurrido desde entonces no viene al caso entrar
en detalles. Casi dos días permanecimos en los cerros, sin abrigo
ni alimentos, en un estado de continuo sobresalto, ya que los
tembrores no cesaban".

Resulta interesante agregar que la altura de la ola, que Nugent
supone en 50 pies (15 metros), coincide aproximadamente con la
información proporcionada en la obra "Estudio sobre los Temblores
de Tierra" de Edmundo Larenas (Impr. de "El Republicano -Concepción-
1881), donde se indica que las olas que se abatieron sobre Islay e
Iquique en esa misma ocasión, fueron de trece metros. "La primera
sacudida -dice Larenas- causa del gran movimiento oceánico, parece
tuvo su orijen a la latitud de Arica, estendiéndose desde ahí hasta
Lima por el norte (paralelo 12E, 2') y hasta Copiapó por el sur
(27E, 20'), esto es aproximadamente en un espacio de 2077 kilómetros
de N. a S. Esto sucedió a las 5 de la tarde del día 13 de agosto;
veinte minutos después una ola inmensa inundaba la playa de aquel
puerto, le arresaba junto con los de Iquique, Pisagua, etc. ...).