1729 - INCENDIO DE LA IGLESIA DE RENCA Y 
DESTRUCCION DE LA IMAGEN DEL CRISTO DEL ESPINO DE LIMACHE



EL INCENDIO DE LA IGLESIA EN 1729 Y LOS RESTOS DE LA IMAGEN DEL CRISTO LLEVADAS A ARGENTINA

Renca es voz mapuche y su significado está vinculado al nombre de hierbas andinas, cuyas flores son de color amarillo que mantienen su color verde a lo largo del año, como interpreta Urbano Núñez, severo investigador de la historia del Cristo de Renca (o Cristo del Espino de Limache).

Según la tradición más aceptada, en el valle chileno de Limache un indio ciego empuñaba un hacha para derribar un espinillo, con tan buena suerte que el primer hachazo hizo saltar unas gotas de savia a sus ojos; al frotárselos porque el líquido le quemaba demasiado, recuperó la vista y vio esculpida en el tronco una imagen de Nuestro Señor.

Leopoldo Lugones ha escrito al Señor de Renca un extenso poema, el que dedica a Arturo Capdevila. Relata allí que el pobre ciego se ganaba la vida tocando un violín que él mismo se había construído con madera del lugar y cuerdas de tripa de los animales que cazaba con la ayuda de un chico que le servía de lazarillo. En lo que el indio curado vé, es donde el relato popular introduce sus variantes –que en definitiva no hacen mella a la devoción- puesto que mientras unos dicen que palpó a ciegas con las manos una imagen de Jesús, otros afirman que lo que encontró al recuperar la vista fue un pequeño Cristo dentro del hueco carcomido del árbol.

Por su parte, el padre jesuita Alonso de Ovalle relata hacia 1646 en su libro “Histórica Relación del Reyno de Chile”: «Este árbol forma una cruz perfecta y sobre ella se ve la imagen de un crucifijo del grueso y tamaño de un hombre perfecto, en el cual se observa clara y distintamente los brazos que aunque unidos con los de la cruz, resaltan sobre ellos, como si fueran hechos a media talla. El pecho y costado formado sobre el tronco, distinguiéndose las costillas y los huesos hasta la cintura. Para abajo sólo se observa envuelto el cuerpo en una sábana santa y no se distingue ni rostro, ni cabeza pero sí los dedos y las manos borroneados». La del padre Ovalle sería la versión más cercana a la realidad, ya sea debido a la investidura de su recopilador o a que figura en el libro de su autoría publicado hace ya unos cuatrocientos años.

La noticia de la milagrosa aparición cundió rápidamente afluyendo mucha gente para dar fe del prodigio. La imagen es llevada a una estancia cuya dueña le hace construir una capilla con un altar donde coloca la imagen y es venerada por largo tiempo.

Los jesuitas que habitaban también el valle, trasladan al Cristo del Espino o de Limache al pueblo de Renca, distante a unos pocos kilómetros de la capital de Chile, hasta que en 1729 un incendio destruye el lugar salvándose una parte del Cristo.

El pueblo chileno llora su desgracia y no se resigna a perderlo, por eso tallan nuevamente un crucifijo en el que incrustan el pecho carcomido del Cristo antiguo.

Los más piadosos resolvieron hacerlo conocer en Cuyo y en Córdoba, poniéndose en marcha a través de la cordillera con el Cristo cargado sobre una mansa mula. En cada población donde llegaba, era colocado en la iglesia y motivaba grandes ceremonias religiosas, al final de las cuales el indio hacía una colecta de dinero para erigirle un santuario.

En 1745, al atravesar el río Conlara camino a Córdoba, la mula que cargaba la sagrada imagen se echó, y de allí no hubo poder humano que la hiciera levantar. Entonces quedó allí la imagen que dió origen y nombre al pueblo que, para venerarlo, nació a su alrededor.

Renca es una antigua población del nordeste de San Luis, a orillas del río Conlara o Santa Rosa, en Argentina. Desde 1753 existe allí la devoción de Nuestro Señor de Renca, que anualmente concentra la atención de los fieles de la región cuyana y aún de Chile, al celebrar el 3 de mayo la fiesta que le ha dado un lugar prominente en el calendario folklórico nacional.

(www.elcristoderenca.blogspot.com, Historia del Señor de Renca, octubre 2007, Alejandro Caggiano)