MANIFESTACIONES OBRERAS, REPRESION Y MUERTE
EN LA OFICINA SALITRERA SAN GREGORIO,
EN LA OFICINA SALITRERA SAN GREGORIO,
PAMPA DE ANTOFAGASTA, 3 DE FEBRERO DE 1921
Durante el Gobierno Arturo Alessandri Palma, se producen enfrentamientos entre huelguistas de la Oficina Salitrera San Gregorio y militares del Regimento Esmeralda.
-100 MUERTOS y numerosos heridos. (www.archivochile.cl/)
-73 MUERTOS y muchos heridos ("Chile, Crónica de un Rescate", Luis Heinecke Scott, 1992; en ref a "Historia de Chile", Gonzalo Izquierdo)
Oficinas Salitreras de Antofagasta hacia 1921 (www.albumdeldesierto.cl)
Debido a la crisis de 1921 sólo 10 de estas 45 Oficinas establecidas no habían paralizado sus faenas: Aurelia, Ausonia, Jose Santos Ossa, Luisis, Araucana, Filomena, Aconcagua, Astoreca, Cota y Valparaíso.
EL sector de máquinas de la Oficina San Gregorio (Iconoteca Universidad de Antofagasta)
Luis Alberto Ramos, dirigente sindical de San Gregorio, fue condenado a muerte y amnistiado en 1925. (Iconoteca Universidad de Antofagasta)
Matanza en la oficina salitrera de San Gregorio
(Revista Zig-Zag, 12 de febrero de 1921)
Ha llamado poderosamente la atención de la opinión pública el desarrollo de los sucesos que han ocurrido últimamente en las oficinas salitreras de Antofagasta, y cuyas consecuencias es fácil calcular si un pronto y enérgico remedio no pone fin a la situación que se ha creado, en perjuicio de los salitreros, que temen con justa razón por el porvenir de su industria.
La acción de los agitadores profesionales ha sido también puesta en evidencia esta vez, especialmente la del famoso Recabarren, a quien se debe en gran parte el trágico aspecto que tomaron a última hora los incidentes de San Gregorio.
(Revista Zig-Zag, 12 de febrero de 1921)
Ha llamado poderosamente la atención de la opinión pública el desarrollo de los sucesos que han ocurrido últimamente en las oficinas salitreras de Antofagasta, y cuyas consecuencias es fácil calcular si un pronto y enérgico remedio no pone fin a la situación que se ha creado, en perjuicio de los salitreros, que temen con justa razón por el porvenir de su industria.
La acción de los agitadores profesionales ha sido también puesta en evidencia esta vez, especialmente la del famoso Recabarren, a quien se debe en gran parte el trágico aspecto que tomaron a última hora los incidentes de San Gregorio.
Antecedentes
La acción de dichos agitadores, entre los que puede citarse, junto con Recabarren, a Hernán Cortés, Luís López y Guillermo Álvarez, se remonta a la fecha en que la Asociación de Productores de salitres, en vista del poco mercado de este artículo, insinuó a sus socios la idea de cerrar sus oficinas a medida que fueran cumpliendo con las obligaciones que habían contraído, a fin de evitar una bancarrota salitrera que veían inevitable.
En vista de ello, algunas oficinas notificaron a su personal que se suspendería el trabajo, siendo el aviso dado con quince días de anticipación, y pagándosele el correspondiente desahucio y facilitándosele los medios de movilizarse a la costa para volver al sur en busca de trabajo.
Entre estas oficinas estaban las de San Gregorio, Valparaíso y otras del cantón Aguas Blancas, perteneciente la primera de ellas a la Compañía Salitrera "El Peñón", cuya oficina está en los altos de la Casa Gibbs, en Valparaíso.
Esta Casa, en vista de la circular de la Asociación, impartió instrucciones al administrador de la oficina San Gregorio, don Daniel Jones, que notificara a los obreros el desahucio, por falta de trabajo.
El señor Jones, en cumplimiento de esta orden, dio cuenta a los obreros de la decisión de la Casa, haciéndoles presente que, conforme a la petición hecha por el Presidente de la República con anterioridad, se les pagaría un desahucio de quince días y se les proporcionarían víveres suficientes para poder llegar a Antofagasta.
Las cosas marchaban más o menos tranquilas, teniendo poco que hacer el destacamento de carabineros del Cantón de aguas Blancas, que había enviado cuatro hombres al mando del teniente Gainza.
Pero a los pocos días subieron a las oficinas los agitadores que citamos, excepto Recabarren, que quedó en la oficina Valparaíso, los cuales comenzaron a predicar contra la propiedad, aconsejando a los obreros que explotaran por su cuenta las oficinas, sin tomar para nada en consideración la opinión de los jefes, que debían según sus discursos, trabajar como todos en las faenas manuales.
A consecuencia de esto se produjo una especie de huelga entre los obreros, razón que obligó al señor Jones, administrador de San Gregorio, a pedir refuerzos de tropa a Antofagasta, para mantener el orden.
Se le envió un pelotón del regimiento Esmeralda, compuesto de veintitrés hombres, al mando del teniente primero Argandoña. Los obreros no se apaciguaron ante este refuerzo, y en lugar de buscar un arreglo a la situación, exigieron perentoriamente la entrega de las llaves de la pulpería y la entrega de la oficina entera, para explotarla por su cuenta.
Llevaron su audacia los agitadores hasta el extremo de ofrecer al administrador un inventario, para evitarle la responsabilidad.
El señor Jones, cumplido empleado y al mismo tiempo grande hombre de bien, hizo ver serenamente a los hombres lo absurdo de tal petición; pero éstos, en lugar de ver la razón que asistía al señor Jones, le exigieron la entrega de la oficina, dándole para ello un plazo de ocho horas, que vencía a las cuatro de la tarde del jueves antepasado.
El señor Jones pide auxilio
En vista de tales exigencias, el señor Jones, de acuerdo con el teniente señor Buenaventura Argandoña, dirigió a la Casa Gibbs en Antofagasta, un telegrama en que daba cuenta de la gravedad de la situación y pedía refuerzos, pues temía que se produjera una revuelta de un momento a otro.
Alarmados por estas noticias los directores de la Casa indicada, se dirigieron al intendente de Antofagasta, señor Luciano Hiriart, poniendo en su conocimiento estos hechos.
Mientras tanto, Recabarren operaba en las oficinas colindantes con la San Gregorio e incitaba a los obreros a la revolución, pidiéndoles que fueran a ayudar a sus camaradas de esta oficina, que iban a ser atropellados y vejados por las tropas y los carabineros.
En seguida pasó a la oficina San Gregorio, donde también exaltó a los obreros de tal modo, que antes de la hora indicada, se hallaban todos, más o menos en un número de dos mil quinientos, contando entre éstos a los que habían acudido de las otras oficinas, ante la casa de la administración, donde estaban el señor Jones, el teniente Argandoña, el teniente Gainza, empleados y tropa, esperando el desarrollo de los sucesos y dispuestos a defenderse en un caso dado, por todos los medios a su alcance.
Sin embargo, el señor Jones esperaba siempre la respuesta de Antofagasta sobre las peticiones que habían hecho en forma tan exigente como desmedida los obreros, y procuraba apaciguarlos para evitar el choque con la tropa que debía sobrevenir forzosamente, puesto que Recabarren, llegado el día anterior a San Gregorio, había azuzado a los obreros diciéndoles que podían contar con la ayuda del señor Alessandri para explotar por su cuenta las salitreras.
A las cuatro y media, más o menos, los obreros se reunían en masa frente a la administración exigiendo amenazadoramente la entrega de las llaves de la pulpería como primera providencia.
El señor Jones, entonces, solicitó de los señores Argandoña y Gainza que le acompañaran para parlamentar con los obreros, cuyas avanzadas estaban más o menos a quince metros de la administración en actitud aparentemente tranquila. La primera fila estaba con los brazos cruzados, y nada hacía suponer que se produjera la tragedia que un momento más tarde iba a suceder.
Los obreros venían vociferando contra la compañía. El señor Jones, entonces, se adelantó acompañado del señor Argandoña a explicarles la situación, cuando sonó un disparo hecho por quizá quien. Los obreros, creyendo ser atacados, comenzaron a hacer fuego contra los señores Jones y Argandoña y contra la tropa que había allí presente y que hizo sus primeros disparos al aire para intimidar a los exaltados. Pero nada consiguieron y se trabó un verdadero combate, durante el cual murió a consecuencia de un balazo el cabo Faúndes del Regimiento Esmeralda.
Entretanto, al ver caer al señor Jones y al teniente Argandoña, los más furiosos se les habían ido encima, con fierros y puñales, y habían comenzado a mutilarlos.
Al teniente Argandoña le sacaron los ojos y le destrozaron el cráneo conuna barreta, que sujetó en tierra el cuerpo, provocando un espectáculo horroroso.
Mientras, la tropa del Esmeralda y la de Carabineros se batía en retirada huyendo por las pampas para librarse de las manos de los obreros, que se hallaban poseídos de una verdadera furia de destrucción. Salvaron todos, incluso el teniente Lisandro Gainza de Carabineros, que había acompañado a los señores Jones y Argandoña en su tarea de apaciguar a los obreros.
Los señores Jones y Argandoña
El señor Daniel Jones, administrador de la oficina San Gregorio, era empleado de la Casa Gibbs desde la edad de 17 años, habiendo servido a la casa con todo empeño en las diversas oficinas salitreras adquiridas por ella durante este tiempo. Su madre, a quien aflige especialmente esta desgracia, que la deja casi sin recursos, vive en Santiago, juntamente con un hermano de él. El señor Jones gozaba entre los obreros de las salitreras en que había servido, de gran cariño por parte de éstos, que le hicieron objeto, en repetidas ocasiones, de simpáticas manifestaciones de aprecio y simpatía., lo que no explica, sino por la tenaz propaganda soviética hecha por los agitadores, la actitud adoptada por ellos en esta situación.
Sobre el teniente Argandoña, cuya muerte enluta también un hogar respetable de La Serena, hallarán nuestros lectores un bello artículo debido a nuestro colaborador Sady Zañartu en otra sección de esta misma revista.
La actitud del Intendente de Antofagasta
Ha sido unánimemente elogiada la serena actuación del joven y recientemente nombrado Intendente de Antofagasta, don Luciano Hiriart.
Su actitud enérgica y tranquila al mismo tiempo, ha sido la que ha impedido mayores excesos de parte de los elementos perturbadores que agitan la población obrera del norte, y ha merecido la más amplia aprobación de todo el mundo.
Desde el primer momento supo buscar medios de conciliación, evitando al mismo tiempo violencias que provocaran derramamiento de sangre.
Lo que hace esperar una fructífera administración de la provincia con fiada a su cargo.
S.E., por su parte ha impartido instrucciones al señor Hiriart para que disponga que la tropa de su cargo se mantenga siempre dentro del más estricto margen de corrección, de modo que no se reproduzcan los hechos desgraciados de que damos cuenta.
Matanza en la oficina salitrera de San Gregorio
(Revista Zig-Zag, 12 de febrero de 1921)
Ha llamado poderosamente la atención de la opinión pública el
desarrollo de los sucesos que han ocurrido últimamente en las oficinas
salitreras de Antofagasta, y cuyas consecuencias es fácil calcular si un
pronto y enérgico remedio no pone fin a la situación que se ha creado,
en perjuicio de los salitreros, que temen con justa razón por el porvenir
de su industria.
La acción de los agitadores profesionales ha sido también puesta en
evidencia esta vez, especialmente la del famoso Recabarren, a quien se
debe en gran parte el trágico aspecto que tomaron a última hora los
incidentes de San Gregorio.
Antecedentes
La acción de dichos agitadores, entre los que puede citarse, junto con
Recabarren, a Hernán Cortés, Luís López y Guillermo Álvarez, se
remonta a la fecha en que la Asociación de Productores de salitres, en
vista del poco mercado de este artículo, insinuó a sus socios la idea de
cerrar sus oficinas a medida que fueran cumpliendo con las obligaciones
que habían contraído, a fin de evitar una bancarrota salitrera que veían
inevitable.
En vista de ello, algunas oficinas notificaron a su personal que se
suspendería el trabajo, siendo el aviso dado con quince días de
anticipación, y pagándosele el correspondiente desahucio y
facilitándosele los medios de movilizarse a la costa para volver al sur en
busca de trabajo.
Entre estas oficinas estaban las de San Gregorio, Valparaíso y otras del
cantón Aguas Blancas, perteneciente la primera de ellas a la Compañía
Salitrera "El Peñón", cuya oficina está en los altos de la Casa Gibbs, en
Valparaíso.
Esta Casa, en vista de la circular de la Asociación, impartió instrucciones
al administrador de la oficina San Gregorio, don Daniel Jones, que
notificara a los obreros el desahucio, por falta de trabajo.
El señor Jones, en cumplimiento de esta orden, dio cuenta a los obreros
de la decisión de la Casa, haciéndoles presente que, conforme a la
petición hecha por el Presidente de la República con anterioridad, se les
pagaría un desahucio de quince días y se les proporcionarían víveres
suficientes para poder llegar a Antofagasta.
Las cosas marchaban más o menos tranquilas, teniendo poco que hacer
el destacamento de carabineros del Cantón de aguas Blancas, que había
enviado cuatro hombres al mando del teniente Gainza.
Pero a los pocos días subieron a las oficinas los agitadores que citamos,
excepto Recabarren, que quedó en la oficina Valparaíso, los cuales
comenzaron a predicar contra la propiedad, aconsejando a los obreros
que explotaran por su cuenta las oficinas, sin tomar para nada en
consideración la opinión de los jefes, que debían según sus discursos,
trabajar como todos en las faenas manuales.
A consecuencia de esto se produjo una especie de huelga entre los
obreros, razón que obligó al señor Jones, administrador de San
Gregorio, a pedir refuerzos de tropa a Antofagasta, para mantener el
orden.
Se le envió un pelotón del regimiento Esmeralda, compuesto de
veintitrés hombres, al mando del teniente primero Argandoña. Los
obreros no se apaciguaron ante este refuerzo, y en lugar de buscar un
arreglo a la situación, exigieron perentoriamente la entrega de las llaves
de la pulpería y la entrega de la oficina entera, para explotarla por su
cuenta.
Llevaron su audacia los agitadores hasta el extremo de ofrecer al
administrador un inventario, para evitarle la responsabilidad.
El señor Jones, cumplido empleado y al mismo tiempo grande hombre
de bien, hizo ver serenamente a los hombres lo absurdo de tal petición;
pero éstos, en lugar de ver la razón que asistía al señor Jones, le
exigieron la entrega de la oficina, dándole para ello un plazo de ocho
horas, que vencía a las cuatro de la tarde del jueves antepasado.
El señor Jones pide auxilio
En vista de tales exigencias, el señor Jones, de acuerdo con el teniente
señor Buenaventura Argandoña, dirigió a la Casa Gibbs en Antofagasta,
un telegrama en que daba cuenta de la gravedad de la situación y pedía
refuerzos, pues temía que se produjera una revuelta de un momento a
otro.
Alarmados por estas noticias los directores de la Casa indicada, se
dirigieron al intendente de Antofagasta, señor Luciano Hiriart, poniendo
en su conocimiento estos hechos.
Mientras tanto, Recabarren operaba en las oficinas colindantes con la
San Gregorio e incitaba a los obreros a la revolución, pidiéndoles que
fueran a ayudar a sus camaradas de esta oficina, que iban a ser
atropellados y vejados por las tropas y los carabineros.
En seguida pasó a la oficina San Gregorio, donde también exaltó a los
obreros de tal modo, que antes de la hora indicada, se hallaban todos,
más o menos en un número de dos mil quinientos, contando entre éstos
a los que habían acudido de las otras oficinas, ante la casa de la
administración, donde estaban el señor Jones, el teniente Argandoña, el
teniente Gainza, empleados y tropa, esperando el desarrollo de los
sucesos y dispuestos a defenderse en un caso dado, por todos los
medios a su alcance.
Sin embargo, el señor Jones esperaba siempre la respuesta de
Antofagasta sobre las peticiones que habían hecho en forma tan
exigente como desmedida los obreros, y procuraba apaciguarlos para
evitar el choque con la tropa que debía sobrevenir forzosamente, puesto
que Recabarren, llegado el día anterior a San Gregorio, había azuzado a
los obreros diciéndoles que podían contar con la ayuda del señor
Alessandri para explotar por su cuenta las salitreras.
A las cuatro y media, más o menos, los obreros se reunían en masa
frente a la administración exigiendo amenazadoramente la entrega de
las llaves de la pulpería como primera providencia.
El señor Jones, entonces, solicitó de los señores Argandoña y Gainza
que le acompañaran para parlamentar con los obreros, cuyas avanzadas
estaban más o menos a quince metros de la administración en actitud
aparentemente tranquila. La primera fila estaba con los brazos
cruzados, y nada hacía suponer que se produjera la tragedia que un
momento más tarde iba a suceder.
Los obreros venían vociferando contra la compañía. El señor Jones,
entonces, se adelantó acompañado del señor Argandoña a explicarles la
situación, cuando sonó un disparo hecho por quizá quien. Los obreros,
creyendo ser atacados, comenzaron a hacer fuego contra los señores
Jones y Argandoña y contra la tropa que había allí presente y que hizo
sus primeros disparos al aire para intimidar a los exaltados.
Pero nada consiguieron y se trabó un verdadero combate, durante el
cual murió a consecuencia de un balazo el cabo Faúndes del Regimiento
Esmeralda.
Entretanto, al ver caer al señor Jones y al teniente Argandoña, los más
furiosos se les habían ido encima, con fierros y puñales, y habían
comenzado a mutilarlos.
Al teniente Argandoña le sacaron los ojos y le destrozaron el cráneo con
una barreta, que sujetó en tierra el cuerpo, provocando un espectáculo
horroroso.
Mientras, la tropa del esmeralda y la de Carabineros se batía en retirada
huyendo por las pampas para librarse de las manos de los obreros, que
se hallaban poseídos de una verdadera furia de destrucción.
Salvaron todos, incluso el teniente Lisandro Gainza de Carabineros, que
había acompañado a los señores Jones y Argandoña en su tarea de
apaciguar a los obreros.
Los señores Jones y Argandoña
El señor Daniel Jones, administrador de la oficina San Gregorio, era
empleado de la Casa Gibbs desde la edad de 17 años, habiendo servido
a la casa con todo empeño en las diversas oficinas salitreras adquiridas
por ella durante este tiempo. Su madre, a quien aflige especialmente
esta desgracia, que la deja casi sin recursos, vive en Santiago,
juntamente con un hermano de él. El señor Jones gozaba entre los
obreros de las salitreras en que había servido, de gran cariño por parte
de éstos, que le hicieron objeto, en repetidas ocasiones, de simpáticas
manifestaciones de aprecio y simpatía., lo que no explica, sino por la
tenaz propaganda soviética hecha por los agitadores, la actitud
adoptada por ellos en esta situación.
Sobre el teniente Argandoña, cuya muerte enluta también un hogar
respetable de La Serena, hallarán nuestros lectores un bello artículo
debido a nuestro colaborador Sady Zañartu en otra sección de esta
misma revista.
La actitud del Intendente de Antofagasta
Ha sido unánimemente elogiada la serena actuación del joven y
recientemente nombrado Intendente de Antofagasta, don Luciano
Hiriart.
Su actitud enérgica y tranquila al mismo tiempo, ha sido la que ha
impedido mayores excesos de parte de los elementos perturbadores que
agitan la población obrera del norte, y ha merecido la más amplia
aprobación de todo el mundo.
Desde el primer momento supo buscar medios de conciliación, evitando
al mismo tiempo violencias que provocaran derramamiento de sangre.
Lo que hace esperar una fructífera administración de la provincia con
fiada a su cargo.
S.E., por su parte ha impartido instrucciones al señor Hiriart para que
disponga que la tropa de su cargo se mantenga siempre dentro del más
estricto margen de corrección, de modo que no se reproduzcan los
hechos desgraciados de que damos cuenta.